Ella
Ella ha sido mi luz
salvadora que me alumbró cuando estaba perdida en un sendero gris oscuro sin
señales de dirección ni visibilidad. Un sendero neblinoso en el que hacía mucho
tiempo me habían abandonado unas sombras que había considerado amigas, o al
menos, compañeras.
Puede que al principio
la relación fuese egoísta: yo necesitaba una luz y ella una compañera, así que
nos utilizamos mutuamente para avanzar por ese sendero oscuro. Pero luego se
convirtió en algo extraño: aunque hubiese otras luces, yo ya no quería a las
demás, no del mismo modo que a ella; y aunque hubiese otros compañeros, ella
seguía queriendo acompañarme. La relación tenía sus altibajos, momentos de
extrema necesidad, momentos de separación y dolor, pero siempre fue mi luz, y
yo su compañera.
Ella hizo por mí más
que nadie. Su luz me daba brillo, visión y calor. Y por eso mi deuda es más que
eterna y no creo que basten los días de mi vida para compensárselo. Siempre que
la necesitaba estaba allí, dispuesta a darme su luz, su calor y su compañía.
Por eso y por más,
siempre he sentido la necesidad de devolverle tanto afecto. Quizá por no
encontrar una situación demasiado obvia no he podido devolverle tanto, y me he
tenido que conformar con entregarle poco a poco, demasiado poco, mi amor por
ella. Pero tan poco y tan poco a poco que no tengo la sensación de haber
ayudado en absoluto.
Quizá siga siendo así
eternamente, pero quiero, necesito, que ella sepa que estaré ahí siempre, que
puede ser egoísta y utilizarme un poco de vez en cuando, que me da igual
quemarme y hacerme daño con su luz, porque ella me salvó cuando estaba perdida
en la oscuridad.
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