Según la pokédex, los Lampent se alimentan de almas de las personas que están a punto de fallecer, así que rondan en los lugares como hospitales y residencias. La gente los teme porque son señal de que algo anda mal, pero para los entrenadores es un pokémon tan interesante como cualquier otro.
Hará ya medio año que comencé mi aventura pokémon acompañada de mi amigo Russel. Al principio no estaba convencida de que la vida de entrenador fuese para mí, pero a lo largo de este viaje, y con la ayuda de mi compañero, he ido aprendiendo a conocer y querer a estas criaturas mágicas y llenas de secretos. Desde entonces siempre he estado intentando mejorar y aprender más y más.
Hablando de Russel... él es casi un experto en pokémon. Casi todo lo que sé me lo ha enseñado él. Ha viajado por un montón de regiones que yo apenas sería capaz de localizar en el mapa. Ha luchado con tanta gente, visto tantos pokémon y conocido tantos lugares que a menudo me siento eclipsada por él. Por mucho que intente superarle siempre me lleva diez pasos por delante.
-Uhm... ¿Sabes me gustan los Chandelure Shiny? -dijo Russel sin motivo aparente.
-¿Eh? ¿En serio? -exclamé, sorprendida, levantando la mirada del bocadillo que tenía entre mis dedos.
-Sí, son preciosos en ese tono anaranjado... -me sonrió él.
Se me pusieron las mejillas rojas y esbocé una sonrisa. Russel siempre iba un paso por delante de mí, y aunque diese mi mejor esfuerzo para superarlo no había forma alguna de lograrlo. Era mejor que yo entrenando y criando, siempre me ganaba en todos los combates y atrapaba a todos los pokémon antes que yo. Pero tal ver por una vez en la vida yo tendría la oportunidad de sorprenderlo. Tal vez si lograba encontrar un Chandelure shiny y regalárselo conseguiría que él me alagase y, por una vez, sentirme a su mismo nivel.
Cuando terminamos de comer, Russel dijo que quería entrenar un rato a sus pokémon, y yo me excusé de ir con él diciendo que tenía que comprar un par de cosas. En cuanto se perdió de mi vista, agarré mi bolsa y salí corriendo a toda prisa. Al parecer, por lo que les había oído decir a unos chicos en el Centro Pokémon, había unas ruinas algo más lejos de donde me encontraba que estaba plagada de pokémon fantasma. Parecía un buen sitio para empezar a buscar.
Las ruinas resultaron pertenecer a un antiguo hospital abandonado a las afueras de la cuidad, cuando construyeron uno nuevo en el centro. La verdad, se me pusieron los pelos de punta al entrar. Me gustaban los pokémon fantasmas, pero otra cosa era entrar en un sitio plagado de ellos yo sola. Además, el sitio era aterrador, estaba plagado de camillas abandonadas, escombros a medio derruirse, viejos goteros doblados y oxidados, pasillos a oscuras, telarañas. y sonidos decrépitos. Las tablas del suelo crujían a mi paso, y estaba casi segura de que esa sombra que acababa de ver de reojo se acababa de mover. Tuve que obligarme a respirar hondo y centrarme. Salvo que, que un gastly atravesándome por la retaguardia no fue de ayuda. Eché a correr a toda pastilla.
Las cosas mejoraron con el paso de los días. Aprovechando que Russel se iba a entrenar para el siguiente gimnasio, yo me excusaba de mil formas y me iba a las ruinas. No eran tan aterradoras cuando te empezabas a conocer los pasillos. Y fui descubriendo que estaba plagada de pokémon fantasma. Desde Gastly hasta Yamask, pasando por todo tipo de pokémon. Un día me sorprendió un Dusknoir por la espalda. Casi me pongo a gritar, pero me sorprendió que, con gesto tímido, me entregase una flor algo mustia. Me enterneció tanto que pasé el resto del día con él paseando por las ruinas y al final de la tarde le regalé una "Tela terrible" que me entregara un entrenador con el que había combatido hacía un tiempo. Parecía muy contento cuando nos despedimos.
Me encontré con un Lampent el segundo día. Al menos sabía que los había por la zona. Pero lo cierto es que encontrar uno shiny era prácticamente una locura. Las estadísticas iban en mi contra, a pesar de usar el pokeradar. Y con cada búsqueda infructuosa me desanimaba más y más. Russel lo notó, porque estando cenando en el Centro Pokémon donde nos estábamos resguardando por las noches me preguntó.
-¿Te pasa algo? Apenas estás pegando bocado.
-¿Eh? -levanté la mirada, sorprendida de que se percatase de ello-. Oh, no, nada.
-Por cierto... -me preguntó mientras mordisqueaba su bocadillo-. ¿Mañana vas a volver a escaquearte por ahí? Hace días que me voy solo a entrenar...
Me puse algo nerviosa.
-Ehm... Es que... Estoy intentando encontrar un objeto... y...
-¿En serio? ¿Cual? -presionó, no muy convencido.
-¡¿A-a ti qué más te da?! -protesté, molesta por la presión.
-¡Eh! No te pongas así, solo pretendía ayudarte...
-¡Cómo siempre! ¡Déjame hacer las cosas por mi cuenta! -exploté. Estaba cansada.
Me comí a desgana el bocadillo y me fui a la cama sin mediar palabra. Me molestaba, me molestaba muchísimo que no se diese cuenta de que yo también podía hacer cosas por mi cuenta, que yo también era capaz de hacer cosas por mí sola. Era molesto sentirse por debajo de él siempre. Quería que me reconociese, que viese que yo también podía luchar, ganar, conseguir un buen pokémon o un objeto interesante. Parecía que pensase que era una inútil y que no podía sola, que él tenía que hacérmelo todo siempre. Sabía que no lo hacía con mala intención, pero era realmente desesperante...
Al día siguiente madrugué para no tener que hablar con él y regresé a las ruinas. Seguía molesta, pero el enfado se había transformado en depresión. Y, sumado al cansancio de no lograr mi objetivo, mis ganas de buscar disminuían. ¿Qué tenía que pasar para que un litwick, lampent o chandelure shiny se dignase a aparecer ante mí? ¿Acaso tenía que morirme de dolor o qué?
Tomé el pokeradar y me puse a buscar. Llevaba tantos días buscando que tenía ya todos los datos de búsqueda más que configurados. Un lampent normal. Otro. Otro más. Estrellé el pokeradar contra una de las paredes del edificio. El cacharro hizo un ruido horrible hecho pedazos, y la pared se descascarilló un poco más. Me derrumbé en el suelo y me puse a llorar desconsoladamente...
Estaba harta de que todo me saliese mal.
Estaba harta de sentirme nadie.
Estaba harta de que Russel no me valorase.
Estaba tan harta de todo...
Una lucecilla violácea me iluminó tenuemente, calentándome un poco. Un gemidito gentil sonó débilmente en mi oído, como triste. Levanté mi mirada borrosa por las lágrimas con las pocas fuerzas que tenía. Unos ojos aguamarina me devolvieron una mirada triste. Me sequé las lágrimas con la manga de la sudadera y me contuve para intentar parar de gemir. Una figurita redonda brillante con dos largos brazos metálicos y un sombrerito negro me miraba con pena, como si le doliese no poder consolarme. Mis ojos se abrieron como platos... Era un...
-¡Ah! Estás aquí.
Giré la cabeza de golpe, sorprendida por la voz de Russel. El pequeño Lampent se asustó, poniéndose tras de mi. Intenté tranquilizarlo con voz dulce, pero parecía algo inseguro. De todos modos, no parecía preocupado de mi presencia, tan solo molesto y desconfiado por el desconocido que acababa de presentarse.
-¡Russel! ¿Qué haces aquí?
-¿Creías que no me iba a dar cuenta de que te levantabas? Te he seguido hasta aquí -escuchar que me había seguido con tanta facilidad me puso molesta. Este era mi sitio-. ¿Has estado viniendo aquí sola todo este tiempo?
-¿Por qué me lo escondías? ¡Podía haberte acompañado!
Intenté respirar hondo para que mi tono de voz sonase normal, pero aún así lo alcé demás.
-¡Porque era una sorpresa, idiota!
El Lampent lanzó un gemidito molesto. ¿Simpatizaba conmigo? En ese momento se me iluminó la cara. ¡Qué demonios, esto era justo lo que llevaba días intentando conseguir! Sonreí, cambiando rápidamente de humor a un estado de euforia.
-No importa ya. ¡Russel, he estado todo este tiempo intentando conseguirte un Chandelure shiny! ¡Y mira, he encontrado un Lampent! ¿Lo quieres? -dije con la mirada llena de ilusión.
Russel me miró estupefacto un instante, sin acabar de creérselo del todo. Lampent se escondió un poco más detrás de mí. Y yo supe que había algo malo en todo aquello en cuanto me percaté de que el rostro de Russel titubeaba con expresión incómoda.
-De veras que me alegra que te hayas esforzado tanto por conseguirme a Chandelure, te lo prometo, pero... -se rascó la mejilla, como si no supiese cómo continuar-. A mí me gusta entrenar a mis pokémon desde pequeños, controlando su crecimiento para que sean capaces de dar lo mejor de sí, escogiendo sus movimientos personalmente y decidiendo cuándo deben o no evolucionar... En serio, es increíble que hayas estado buscando todo este tiempo un Chandelure para mí, y que lo hayas encontrado, pero entrenar a este Lampent a estas alturas no sé...
De golpe, toda la felicidad y emoción se derrumbó de golpe. ¿Qué? Todas mis esperanzas... todas mis ilusiones... todo mi esfuerzo... a pique. Mi sonrisa se deshizo lentamente hasta que mi rostro quedó serio. Me sentí vacía, como si me hubiesen arrancado todas las emociones de golpe. Aunque mis lágrimas empezaron a derramarse de nuevo, sin darme cuenta, en el más pulcro silencio. No sé cómo Reaccionó Russel, era como si no existiese nada alrededor.
-V-va...le...
Me levanté despacio del suelo, me sacudí el polvo y me puse a caminar hacia el interior de las ruinas antes de que todo el mundo se me viniese abajo y me pusiese a llorar desconsoladamente. Escuché a Dusknoir tras de mi, tal vez cortándole el paso a Russel para que me dejase tranquila, y solo pude decirle gracias con mi mente.
Corrí, corrí, corrí, bajé a través de los retazos de una escalera que bajaba abajo, muy abajo, a los sótanos de las ruinas. Y cuando estuve tan lejos del mundo como fui capaz me puse a llorar como loca, gritando para dejar que todo el dolor saliese de mí. Todo lo que había estado haciendo no valía nada. Todos mis esfuerzos por encontrar un pokémon que a Russel le gustase habían sido inútiles. Toda mi ilusión por lograr que él se sintiese orgullosa de mí, porque me reconociese como alguien de su nivel...
No sé qué me dolía más: si que todo lo que había hecho fuese en vano o que ni siquiera hubiese fingido un mínimo interés... ¡Qué demonios, ¿acaso no tenía ni idea de las nulas posibilidades de encontrarse un pokémon shiny?! ¡No hacía falta siquiera que lo quisiera para luchar! ¡Que era un maldito shiny, había gente que daría lo imposible por uno!
Lo había despreciado sin pensarlo... había despreciado todo lo que había estado haciendo por él todo este tiempo... otra vez...
De nuevo me alumbró la tenue y cálida luz morada. Lampent me había seguido hasta las profundidades de aquel frío lugar. Y parecía que estábamos solos él y yo, como si todos los pokémon de la zona se hubiesen puesto de acuerdo para dejarnos intimidad. Él se acercó a mí, como intentando consolarme.
-Gracias... Y perdón por haberte querido regalar a ese imbécil insensible -me disculpé, secándome las lágrimas con la manga de la sudadera.
Lampent acarició mi mejilla. Esperaba que fuese más gélido, pero su cuerpo emanaba un dulce calor. Sonreí. Y él pareció alegrarse. Se acomodó en mi regazo y me dejó abrazarlo mientras el dolor se escapaba lentamente de mí.
Según la pokédex, los Lampent se alimentan de almas de las personas, pero este pequeño Lampent se acercó a mí cuando fue mi corazón lo que se rompió. ¿Acaso es que, aparte de por su color, era especial por ser capaz de percibir las emociones humanas, por sentirse atraído hacia el dolor?
-Lo siento... -susurré. Lampent alzó la mirada hacia mí -. Perdona por haberte querido regalar a Russel. No tuve en cuenta tus sentimientos -él lanzó un gemidito-. De verdad, debí pensar un poco en tus sentimientos. Imagino que habrán venido un montón de entrenadores ansiosos de capturarte para sus propios caprichos. Ha debido ser una tortura tener que huir una y otra vez de ellos -Lampent asintió tímidamente-. Lo siento mucho... yo también he debido asustarte...
Él negó con la cabeza. Se distanció de mí y bailoteó un instante en el aire, diciendo algo. Yo sonreí, secándome una última lágrima.
-Je, je... Todavía no entiendo por qué te has acercado a mí... pero...
Lampent puso gesto molesto. Desapareció y regresó al rato con una flor marchita idéntica a la que me había dado Dusknoir. Me la dejó en el regazo, quejándose.
-Entonces... ¿Crees que fui amable con Dusknoir? -asintió-. Piensas que soy buena persona, ¿no? Perdona por no haberlo entendido antes... Gracias, Lampent.
Sonrió y volvió a danzar de un lado a otro. Al final me puse a reír y a bailar con él. El dolor pareció desaparecer casi del todo con él.
Al rato me senté de nuevo, rebuscando en la mochila algo que darle de comer. Encontré un par de pokélitos, y parecieron encantarle. Esperé pacientemente hasta que terminó para levantarme del todo y despedirme de él.
-Gracias por todo, y siento todo esto. Prometo no decirle a nadie que te escondes aquí, no te preocupes. Espero que seas muy feliz.
Lampent me miró un instante sin entender, pero en cuanto me vio alejarme pegó un grito de desagrado y se puso a seguirme.
-¿Q-qué pasa? -pregunté.
Siguió lanzando quejidos de enfado y cortándome el paso.
-T-tengo que irme...
Entonces se puso tras de mí y golpeó la mochila un par de veces. Se me cayeron un par de MTs, la pokédex y varias de mis Pokéballs. Con indignación se apresuró a coger una de éstas últimas y a ponérmela delante de la cara. Yo me quedé un rato sin comprender mientras él seguía insistiendo en su explicación. Cuando comprendí se me quedó cara de asombro.
-¿Q-quieres venir c-conmigo? -pregunté, incrédula.
Lampent sonrió, asintiendo. Durante un segundo me quedé paralizada, como si no entendiese la situación. Luego me extrañé de ello, incapaz de comprender que él quisiese venirse conmigo. Y luego me puse a llorar, pero de felicidad. Volví a secarme las lágrimas, sonriendo.
-Está bien, está bien... Pero espera, te mereces una pokéball más bonita que esa...
Rebusqué en la mochila, guardando de paso las cosas que se me habían caído por el camino. Al final saqué una bonita pokéball blanca y se la mostré. Pareció gustarle mucho, porque se lanzó como loco a presionar el botón rojo para dejarse atrapar. Ni siquiera vibró de un lado a otro unos segundos. Le dejé salir al instante, y parecía más contento que antes. Danzó unos segundos ante mí antes de desaparecer. Volvió al rato, con una cajita cerrada con candado entre las manos. Me la dejó entre las mías y me atosigó a que la abriese. Me costó un poco forzar la cerradura, pero como el candado estaba oxidado, cedió sin muchos problemas. Dentro había una piedra noche reluciente. De nuevo me quedé estupefacta mirándola, extrañada.
-¿Q-quieres que la use en ti? -le pregunté.
Él asintió, animado. Me pregunté cuánto tiempo habría estado esperando que alguien digno de su confianza le ayudase a crecer y a hacerse más fuerte. Asentí, sonriendo, y saqué la piedra de dentro de la caja para entregársela a Lampent. En cuanto la tocó ambos empezaron a brillar. Tuve que apartar la mirada para no cegarme durante el proceso. Cuando todo paró, miré al imponente y precioso pokémon que lucía orgulloso ante mí: sus llamas se habían multiplicado, más poderosas, doradas ahora, y sus ojos resplandecían violetas y llenos de felicidad. No parecía el pokémon tímido y asustadizo con el que me había encontrado.
-¡Mírate! ¡Pareces otro pokémon distinto! -sonreí. Él pareció halagado-. Ahora solo queda ponerte un mote, ¿te gustaría?
Chandelure asintió, danzando de felicidad. Me quedé meditándolo un instante. Mi primer idea fue llamarle Inferno, pero sonaba demasiado agresivo para un pokémon tan dulce como Chandelure. Además, le pegaba mucho más a un Infernape. Tanteé palabras que sonasen parecido a su nombre original.
-¡Chain!
Como la cadena que había aprisionado mi dolor para liberarme de él. A él pareció gustarle bastante, así que oficialmente le apodé así.
-Venga, vamos a despedirnos de tus amigos.
Russel seguía en la planta superior, enfrentándose a Dusknoir. Ambos parecían agotados... ¿Llevaban todo este tiempo peleando? Era sorprendente como un pokémon salvaje era capaz de plantarle cara y soportar a un entrenador con pokémon educados para la batalla. Aunque se veía que aquel combate le estaba dejando factura. Pude apreciar una quemadura en uno de los costados de Dusknoir, y los efectos del cansancio eran más que evidentes.
-Eres un pokémon duro de roer, ¿eh? -sonrió Russel-. ¡Qué ganas de atraparte!
Russel sacó una Ocasoball de su mochila. Con la pícara sonrisa que siempre dibujaba en su cara apretó el botón y la lanzó con fuerza hacia el pokémon.
-¡Bola sombra!
Una esfera formada de sombras interceptó el camino de la pokéball, haciéndola añicos. Russel la miró un instante, incrédulo, antes de dirigir la mirada hacia donde había escuchado la voz buscando explicaciones. Yo me acerqué a Dusknoir seguida de Chain y su luz dorada. Cuando estuve a su lado rebusqué en mi mochila para sacar un par de bayas y entregárselas mientras le acariciaba con mimo.
-Gracias por esto, Dusknoir -le besé. Se ruborizó un poco mientras sonreía. Le cedí la baya Zidra mientras abría en dos la baya safre para restregarla sobre la quemadura y paliar sus daños. Luego miré a Russel-. Ni se te ocurra atrapar a ninguno de los pokémon de estas ruinas, y menos hacerles daño. Sal de aquí, luego te busco.
Me miró un instante, asombrado y extrañado. Luego murmuró una disculpa arrepentida y confusa, volvió a meter a su Arcanine en su pokéball y salió del edificio. Yo respiré. Se me daba mal hacerme la dura, pero tenía que imponerme. Miré a Dusknoir, tenía mejor pinta ahora que le había curado la quemadura. El resto de pokémon salieron de sus escondites. Vi alguno magullado, tal vez intentara ayudar a su compañero, y eso me puso de peor humor, pero me lo reprimí. Chain tenía que despedirse, y yo también les debía mucho a aquellos pokémon.
Chain empezó a dar sus despedidas a todos, y la escena se tornó triste y melancólica. Un litwick pequeñito se puso a llorar y tuve que abrazarlo un buen rato hasta que se tranquilizo. Un sableye le entregó una especie de hilo rojo que no supe bien si era un lazo destino o no. Yo, por la contra, saqué de mi mochila un par de bayas de cada tipo que tenía y se las di a Dusknoir, explicándole para qué funcionaba cada una y cómo plantarlas. Así lo tendrían mucho más sencillo para curarse ellos mismos o para enfrentarse a los entrenadores que viniesen a darles guerra a su pacífico hogar.
-Cuídalos bien a todos, ¿vale? Confío en ti, eres fuerte y valiente -le sonreí, intentando contener las lágrimas.
Dusknoir me devolvió la sonrisa.
Cuando terminamos las despedidas todos nos corearon con sus diferentes gritos mientras nos alejábamos. Si ya era duro para mí, no quería imaginar como lo era para Chain. Lo abracé para consolarlo, y eso pareció animarle. Pronto estuvo de mejor humor nos dirigimos juntos hacia la cuidad para buscar a Russel, pero él se detuvo antes de entrar. Lo miré extrañado un instante antes de comprender.
-Oh, tienes miedo, ¿verdad? -probablemente era la primera vez que salía tan lejos de su hogar, y no debía tener demasiadas buenas impresiones de todos los desconocidos que intentaron atraparle -. Tranquilo, ahora vas conmigo, nadie te hará daño. Pero si lo prefieres puedes volver a la pokéball.
Asintió y lo devolví a ella. Iba a costarle un poco acostumbrarse a los demás. Respiré hondo y me mentalicé para hablar con Russel. Por suerte o desgracia, lo encontré enseguida en el Centro Pokémon, consultado la pokédex con aire desganado. Me acerqué despacio a él, quedándome unos segundos tras de él viendo qué hacía. Leía los datos de Chandelure. Cuando se percató de mi presencia pegó un brinco de asombro, y me costó reprimir una carcajada.
-Y-yo... -comenzó a hablar.
-Déjalo.
-Pero...
Me senté en silencio a su lado, apoyando la pokéball de Chain sobre la mesa.
-Deberías ser más cuidadoso con los sentimientos de los demás -vi que estaba a punto de interrumpirme, pero yo continué para cortar su intento-. Ya no solo los míos, yo ya estoy acostumbrada de siempre ir por detrás de ti y que no me veas, pero los pokémons tuyos, míos o salvajes tienen sentimientos, deberías valorar lo que sienten, ¿sabes? Si los desprecias por no tener una naturaleza concreta o un nivel determinado se pueden sentir heridos. Ellos nacieron así, no es culpa suya.
Russel se quedó un instante en silencio.
-Soy horrible, ¿verdad?
-No -dije yo tajantemente-. Solo has perdido de vista el verdadero objetivo de viajar: descubrir nuevos lugares, conocer pokémon y hacer amigos. Deja de obcecarte en tener un equipo competitivo y ser inderrotable, disfruta entrenando y combatiendo, ganando y perdiendo, jugando con tus pokémon y deja de lado el tener que ser el mejor por una vez.
De nuevo un largo silencio nos invadió. Yo me levanté, me fui a comprar algo de comer para mí y mis pokémon y pasé el resto del día en una pradera dejando que Chain conociese a sus nuevos aliados. Entre todos le conté mis aventuras y cómo había conocido a cada uno de ellos, hablándole de viejas anécdotas, recuerdos tristes y momentos felices. Cuando empezó a oscurecer regresé al centro pokémon. Russel llegó al rato, cenamos en silencio y nos fuimos a dormir.
-¿Estás despierta? -me preguntó Russel a medianoche.
Lancé un gruñido para decirle que sí.
-Siento haber rechazado a Chain y haberte entristecido.
-Un poco tarde para echarse atrás.
-Lo sé... Perdón, no sabía que te sentías así... Yo nunca he pensado que eras menos que yo, te lo juro. Todo lo que he intentado hacer por ti era para ayudarte y alegrarte.
Me mordí el labio para intentar contener el dolor.
-¿Crees que eso no lo sé ya? ¡Pero no por ello deja de ser doloroso! Déjame hacer cosas por mí misma. Entrenar, criar, luchar... Da igual si lo hago bien o mal, son mis errores y mi aciertos, no los tuyos. Si fallo que sea por mi culpa. No quiero ser más tu sombra.
Y me dormí enfadada.
A la mañana siguiente Russel no estaba. Me levanté sorprendida. La enfermera Joy tampoco tenía ni idea cuando le pregunté. Extrañada, alimenté a mis pokémon, me zampé una taza de chocolate caliente antes de salir a su búsqueda. ¿Acaso iría a retar al líder de gimnasio ya? ¿O tal vez estaba de nuevo entrenando?
Me pasé por el gimnasio a preguntar si le habían visto. No al parecer. Y como me había dado a la fuga no tenía ni idea de donde estaba entrenando con sus pokémon. Dios... ¡¿Por qué él era siempre de dar conmigo y yo no con él?!
Me recorrí la ciudad entera preguntando inútilmente, sintiendo cada vez más pudor al preguntar. Al final me exasperé y fui por mí misma a las rutas cercanas en su busca. Nada en el bosque. Tampoco en el prado. Lo último que me quedaba antes de alejarme demasiado eran las ruinas, pero era imposible que estuviese allí después del mal trato que le había dado allí.
Al final me rendí, dejé que Chain saliese un rato de la pokédex y me tumbé en la hierba un rato a descansar. Me dolían los pies, y el contacto contra el verdor me aliviaba. Saqué un par de pokélitos y se los dí a Chain mientras jugaba entre la maleza. Se le veía feliz descubriendo el mundo alrededor. ¿Cuánto tiempo llevaría atrapado en las ruinas con miedo a salir? Supongo que ver luz del sol y cosas nuevas debía ser una experiencia tan increíble para él como era para mí conocer nuevas cuidades o regiones.
-¿Eso es un Chandelure Shiny?
Chain echó a correr detrás mía para esconderse de un chico de pelo oscuro y ojos increíblemente profundos. Me sentí un poco abrumada cuando clavó la vista en mí.
-¡Qué pasada de pokémon! ¿Es tuyo?
-S-sí... -admití tímidamente.
-Dios... Es una preciosidad. ¡Por favor, déjame verlo un poco más de cerca!
Chain se acurrucó más detrás de mí. Y yo pude ver de reojo las pokéballs que asomaban de su cinturón. Ahora entendía la reacción desmesurada de mi pokémon.
-Esto... m-mira, yo...
-¡Hey! ¿Por qué no echamos un combate pokémon? -dijo, sacando a un Gastly shiny de su pokéball -. Shiny contra Shiny, será divertido.
Me rasqué la mejilla con incomodidad. No podía hacer luchar a Chain, pero este entrenador no parecía por la labor de dejarme en paz.
-D-de verdad, es que...
-¡Déjala tranquila!
Esa voz me produjo un escalofrío de alivio y pánico a la vez. Pude ver a Russel asomar a su espalda con gesto intimidatorio, apartándolo de un manotazo prácticamente mientras clavaba sus ojos fríos en él. Arcanine se acercó a mí para acariciarme con su hocico húmedo a modo de saludo. Yo le acaricié la cabeza sin poder apartar la mirada incrédula de su entrenador.
-Te está dando largas, déjala tranquila -dijo con la voz más helada que jamás le había escuchado-. Ella viene conmigo, si quieres un combate, yo y mi Arcanine estaremos encantados de dártelo.
El chaval se mordió el labio sin saber bien dónde meterse antes de decirle a su Gastly que se iban. Russel respiró hondo, pero yo me quedé igual de petrificada.
-Agh... Siento haberte dejado sola -se disculpó, volviendo a ser él mismo-. Anoche estuve pensando sobre lo que me dijiste y fui a las ruinas a disculparme. También he hablado con mis pokémon por si a alguno les había incomodado alguna vez por mi actitud, aunque creo que tras tanto tiempo juntos nos hemos acostumbrado a las aventuras locas, ¿verdad Arcanine? -su pokémon le respondió con un rugido alegre. Russel rió. Aunque al instante siguiente miró a Chain-. También te debo una disculpa muy grande a ti. No debí menospreciarte como lo hice. Lo siento.
Chain asomó de mi espalda, dubitativo, analizando la credibilidad del chico. Tras un rato acabó cediendo y se acercó a él con gesto de amistad. Russel sonrió, y Chain pareció contento. Luego me miró a mí, recuperando el gesto amargo.
-Y te debo una disculpa a ti también. Sé que me he comportado, aunque fuese inconscientemente, como un idiota. No pienso que seas menos que yo ni nada de eso, tan solo pretendía ser amable contigo. Y siento haber hecho y dicho cosas tan horribles, me había obcecado en mis ganas de ser el mejor y había olvidado que podía hacer daño a los demás por el camino. Intentaré ser más cuidadoso a partir de ahora.
Me levanté de la hierba despacio, aún sopesando las palabras que acababa de formular. Pude ver en su rostro la incertidumbre. Me sacudí de encima la hierba y me recoloqué la ropa antes de acercarme despacio a él y plantarle un beso en toda la boca. Su cara de incredulidad fue un poema que no pude evitar que me hiciese reír.
-Dios, eres tan idiota... Te amo.
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