Pokémon, ¿quién no conoce esta saga? Se trata de la segunda más vendida de los videojuegos a escala mundial, solo superada por la de Mario. Ese mundo fantástico donde personas conviven con seres maravillosos con habilidades únicas y potencial infinito. Sí, todos hemos visto el anime, jugado a algún juego o tenido un peluche de la saga. Quien más y quien menos tiene su propia historia ligada a esta saga. Y esta es la mía.
Para muchos, pokémon solo es parte de su infancia, y por ello la recuerdan con cariño. Para otros es un modo de poner en manifiesto sus más desarrolladas habilidades de estrategia. Pero para mí es más. Es uno de mis muchos mundos internos, uno al que poder escapar y en el que encontrar el afecto que a veces parece faltarme.
Probablemente todo empezó cuando era tan pequeña que mi mente no recuerda siquiera la edad exacta que tenía. Yo solo era una niña tímida, insegura y solitaria cuyo amor propio fue machacado porque las chicas de su clase, con seis años, le dijeron que ella no podía jugar con ellas en el colegio. Sola, sin amigos en la edad donde toda la carga afectiva de uno recae en sus iguales (cosa que no entendí hasta que estudié magisterio, pero que ahora entiendo por qué me ha marcado tanto a lo largo de mi vida), un día, de visita a casa de sus tioabuelos, su primo segundo le prestó una consola gris, rectangular y pesada con un cartucho con un juego: Pokémon Azul. Recuerdo las tardes en las que visitaba a mis tíos jugando y jugando a encontrar monstruos de bolsillo, sufriendo cada vez que uno de los míos caía derrotado, huyendo de la hierba alta y los entrenadores como si no hubiese un mañana. Conocí un mundo maravilloso donde podía ser feliz y alejarme del dolor del mundo real, un mundo en el que me acompañaba mi querido bulbasaur, donde le vi crecer y cambiar mientras conocía a nuevos amigos, amigos que, al revés que en la escuela, no me hacían daño.
Muy seguido a eso surgió en España el fenómeno pokémon con la aparición del anime. Me pasaba las tardes pegada al televisor, cantando el pokérap (que todavía me sé de memoria) y aprendiendo más de ese universo que me había dado tanto. Y gracias al episodio en el que Ash le enseña a una entrenadora cómo hacer que su Raichu le quiera añadí a esa criatura a mi equipo. Además, mi madre me regaló unas fichas de una colección de pokémon con datos de algunos pokémon que me llegué a aprender de cabeza: wartortle, arcanine, hoothoot,... y mi amado eevee, que desde ese momento se convirtió en mi más querido compañero.
Me pasaba las horas soñando que era líder de gimnasio junto a mi eevee, bulbasaur, pidgeot, raichu, absol y mew, e incluso creé mi propio estadio en el jardín trasero de mi casa, con pruebas y esculturas. Pero lo que más aprendí de esta época es que, a pesar de todo, no quería que mis pokémon sufriesen, no quería que nadie hiciese daño a aquellas criaturas que tanto amaba. Que no dejaría que nadie destruyese algo que tanto amaba. Y mis aspiraciones de líder cambiaron a las de cuidadora.
Mi amor por pokémon siguió un camino más o menos oculto de mi vida hasta la cuarta generación. Con la aparición de Pokémon Platino y mi primera consola en muchos años, la Nintendo DS, volví al mundo pokémon para encontrarme con una protagonista parecida estéticamente a mí y un concepto completamente nuevo: el mundo distorsión. Giratina me robó el corazón por completo. Por primera vez en mucho tiempo encontraba a un pokémon con el que me sentía identificada de corazón. Giratina era un pokémon solitario en un mundo vacío, igual que mi vida en aquel momento (pero eso es otra historia que, tal vez, os cuente otro día). Y ese legendario tachado de demonio se hizo el mejor amigo de mi álter ego Monium. ¡Y para qué negarlo! En esta generación conseguí a mi primer shiny... un magikarp. Sí, ya, suena cutre, pero para mí siempre será el mejor shiny de la historia. Porque es mío. Porque fue el primero. Y porque me creí que era el "monstruo" que habitaba en zona descanso del que hablaba el nadador que te encontrabas ahí. Las risas vinieron cuando supe que eso no existía, pero que lo que había encontrado era mejor que cualquier evento programado.
Me tomé un tiempo para retomar el vicio y disfrutar de los juegos que en su momento no jugué y ponerme al día de las regiones que desconocía. Después vino Pokémon Heartgold, con el que descubrí una región que solo había disfrutado a través del anime y de la que disfruté muchas horas. Pero con Pokémon Negro llegó la historia definitiva.
Una de las cosas que desde niña me planteaba era el por qué se hacía luchar a los pokémon. ¿Acaso los pokémon lo disfrutan? ¿Los entrenadores no están forzándolos a luchar por su propio placer? ¿No obligamos a los pokémon a vivir presos en una pokéball? el hecho de que a menudo, durante la caza, escapasen de ella cuando se la lanzábamos dejaba clara mis ideas. No. Y N reflejaba por completo mi pensamiento.
Pokémon Negra es una de las generaciones más odiadas por los fans por algunos diseños de pokémon que no gustaron (pero que, ¡oh! la gente usa en el online como borregos porque está OP ¬¬), por sus largos diálogos y por su tutorial que a algunos se les hizo muy pesado. Pero, sin embargo, también es una de las más infravaloradas de toda la saga. Pokémon Blanco/Negro nos trajo una historia madura, llena de reflexión que cuestionaba a través de un antagonista brillante todo lo que pensabamos acerca de la saga. Todo lo que yo había divagado a lo largo de los años. Podría pasarme horas hablando y defendiendo la saga, pero mejor os dejo este vídeo que lo resume todo muy bien. Os recomiendo verlo de todo corazón:
La quinta generación trajo por fin una historia con la que me sentía identificada, que reflejaba mis valores y creencias, además de un montón de criaturas de bolsillo que se hicieron un hueco en mi equipo, sobretodo ese Zorua que N te regala en Blanco/Negro 2. Ese pequeño me acompañó a otras regiones, y fue el primer pokémon que transferí de un juego a otro con fines de llevarlo en mi equipo.
Con la segunda parte de esta saga mi vida cambió para mejor. Conocí a una persona con la que podía ser yo misma, y que tras muchos malos momentos, se acabó convirtiendo en mi pareja. Con esa me convertí todavía más en una adicta al mundo pokémon, porque él era todavía más fan que yo de la saga, y junto a él me pasé esa segunda parte de la 5º Generación que, aunque no me llenó tanto como la primera, se me hizo especial por Kyurem: un pokémon vacío al que tratan sin amor y para fines oscuros, que como con Giratina, se coló en mi parte de Monium como un ser al que querer.
La sexta generación dio un giro a cómo veíamos pokémon: el mundo se volvió 3D, los personajes se hicieron más realistas al estilo chibi-anime, las batallas se hicieron emocionantes y me adentré de la mano de mi pareja en el mundo competitivo. (Nota: si no eres jugador hardcore, tal vez no entiendas los términos que explico a continuación, pero tranquilo, no son nada relevantes) Yo le enseñé lo que eran los IVs y la crianza y él me enseñó a entrenar los EVs y a aprenderme las efectividades y estrategias (y hasta aquí los términos complicados. Breve, ¿no? Ya haré una entrada explicando lo que son para el que le interesen). Con esta generación aprendí muchísimo de pokémon a nivel de metagame, de conocer las características de cada pokémon, sus tipos y habilidades. Y disfruté de una historia que, aunque no explotada todo lo que podía y quedándose algo incomprensible, tenía lecciones y un trasfondo bonito, con un pokémon tan hermoso que, por primera vez en mi vida, hice trampas para tener en mi juego: floette flor eterna.
Sin embargo, con esta generación también sufrí mucho. Descubrí la parte fea de pokémon. Me vi de lleno metido en el mundo hostil del metagame competitivo, un lugar donde no puedes querer a tus pokémon por cómo son, si no que debes descartar uno tras uno a todas las criaturas hasta dar con la perfecta, a la que has de entrenar y explotar entrenamiento tras entrenamiento para que sea perfecto porque, si no, no vale para derrotar al rival, un mundo donde no todos los pokémon valen, si no que no tienes nada que hacer si no usas los seis más poderosos del juego no tienes nada que hacer. Y con este mundo hostil conocí a dos de mis pokémon más queridos y que a la vez más dolor me han traído: Russel (mi Absol shiny), y Chain (mi chandelure shiny).
Russel fue mi primer shiny de Kalos. Después de que mi novio me dijese rudamente que mi querida Absol, con la que me había pasado el juego, no valía para nada porque no era "competitiva", en un arrebato de odio y dolor, me puse como loca a criar con ella. Y de un pequeño huevo nació Russel, un pequeño pero matón Absol rojo escarlata que, aunque no tenía una naturaleza innata favorable, ni estadísticas de diez hizo caer a Darkrais, Yveltal y otros grandes en el online.
La historia de Chain es más triste si cabe. Y para entenderla tengo que hablaros de mí. Desde que comencé con mi pareja una de las principales cosas que siempre he amado hacer con él es jugar a pokémon. Jugar juntos en combates múltiples era algo genial, pudiendo hacer estrategias conjuntas y derrotarlos a todos... pero siempre he ido un paso por detrás de él. Ya sea para entrenar, criar o combatir, él siempre lo hace todo mil veces mejor. Y lo entiendo, porque es un fanático, pero eso no quita que a menudo me sienta mal porque me siento inferior. Sí, es un poco tonto, pero a veces pone tantas expectativas en mí que me molesta no dar la talla. Y por eso siempre intento hacer cosas para destacar aunque sea un poco haciendo algo que lo sorprenda. Y suele salir mal.
En uno de mis intentos por conseguir algo increíble para él, me emocioné en la búsqueda de uno de sus shinys favoritos: chandelure. Me pase meses yendo y viniendo haciendo cadenas de búsqueda y criando sin conseguir resultados hasta que, un día, en el safari, apareció: un pequeño lampent morado que, con todo el cuidado del mundo, atrapé en una honorball. Y, obviamente fui corriendo emocionada a enseñarle mi captura a mi pareja y a sorprenderle diciendo que era para él cuando... ¡Crack! Todas mis ilusiones y esperanzas se rompieron con un simple "es que si no tiene IVs y movimientos huevo no me sirve para combatir". Lloré mares. Meses de esfuerzos para nada. Cuando me recompuse, el dolor dejó paso al enfado, y me puse a entrenar como loca a ese pequeño para enseñarle al mundo entero de lo que era capaz. Mejoré sus estadísticas, le enseñé los mejores ataques y le entregué una piedra fuego para que se volviese el poderoso Chandelure que es hoy en día. Y sí, igual que Russel, Chain hizo caer a grandes aún con sus "malas estadísticas".
A través de Pokémon X/Y y ROZA descubrí que el mundo competitivo solo me traía malas experiencias, enfados y dolor injustificado, y aunque disfruto muchísimo echando combates contra otras personas, decidí que no quería pertenecer a un sitio en el que no puedo disfrutar de los pokémon que me gustan porque he de ceñirme a lo que es "competitivo", donde los pokémon no son una fuente de entretenimiento, si no simples cifras y estadísticas que uno ha de saberse de cabeza para demostrar su superioridad. Y, me alegra saber que, gracias a mis berrinches, enfados y depresiones, hice que mi pareja tan obcecada en "ser el mejor" online se replantease algunas de sus actuaciones y empezase a valorar un poco más a los pokémon en vez de ver lo puramente competitivo.
Y con esto llegamos a Alola, la séptima generación. Y ahora que estoy a punto de acabarlo me lamenta pensar que de esta generación todavía no he sacado nada interesante (salvo un crush muy fuerte por los entrenadores guays). Ojalá pueda rellenar algún día este espacio en blanco con anécdotas divertidas o tristes, pero por el momento Pokémon Sol/Luna me deja con un vacío emocional, sin ningún aspecto salientable ni ninguna lección de vida. Pero quién sabe, tal vez algún día mi Togedemaru haga algo espectacular, Mimikyu me haga llorar o mi Hanzo (mi Decidueye) y yo lleguemos a lo más alto. Hasta entonces, contadme en comentarios vuestras anécdotas más alegres o tristes que tengáis de esta saga. Un abrazo y hasta la próxima.
Me tomé un tiempo para retomar el vicio y disfrutar de los juegos que en su momento no jugué y ponerme al día de las regiones que desconocía. Después vino Pokémon Heartgold, con el que descubrí una región que solo había disfrutado a través del anime y de la que disfruté muchas horas. Pero con Pokémon Negro llegó la historia definitiva.
Una de las cosas que desde niña me planteaba era el por qué se hacía luchar a los pokémon. ¿Acaso los pokémon lo disfrutan? ¿Los entrenadores no están forzándolos a luchar por su propio placer? ¿No obligamos a los pokémon a vivir presos en una pokéball? el hecho de que a menudo, durante la caza, escapasen de ella cuando se la lanzábamos dejaba clara mis ideas. No. Y N reflejaba por completo mi pensamiento.
Pokémon Negra es una de las generaciones más odiadas por los fans por algunos diseños de pokémon que no gustaron (pero que, ¡oh! la gente usa en el online como borregos porque está OP ¬¬), por sus largos diálogos y por su tutorial que a algunos se les hizo muy pesado. Pero, sin embargo, también es una de las más infravaloradas de toda la saga. Pokémon Blanco/Negro nos trajo una historia madura, llena de reflexión que cuestionaba a través de un antagonista brillante todo lo que pensabamos acerca de la saga. Todo lo que yo había divagado a lo largo de los años. Podría pasarme horas hablando y defendiendo la saga, pero mejor os dejo este vídeo que lo resume todo muy bien. Os recomiendo verlo de todo corazón:
La quinta generación trajo por fin una historia con la que me sentía identificada, que reflejaba mis valores y creencias, además de un montón de criaturas de bolsillo que se hicieron un hueco en mi equipo, sobretodo ese Zorua que N te regala en Blanco/Negro 2. Ese pequeño me acompañó a otras regiones, y fue el primer pokémon que transferí de un juego a otro con fines de llevarlo en mi equipo.
Con la segunda parte de esta saga mi vida cambió para mejor. Conocí a una persona con la que podía ser yo misma, y que tras muchos malos momentos, se acabó convirtiendo en mi pareja. Con esa me convertí todavía más en una adicta al mundo pokémon, porque él era todavía más fan que yo de la saga, y junto a él me pasé esa segunda parte de la 5º Generación que, aunque no me llenó tanto como la primera, se me hizo especial por Kyurem: un pokémon vacío al que tratan sin amor y para fines oscuros, que como con Giratina, se coló en mi parte de Monium como un ser al que querer.
La sexta generación dio un giro a cómo veíamos pokémon: el mundo se volvió 3D, los personajes se hicieron más realistas al estilo chibi-anime, las batallas se hicieron emocionantes y me adentré de la mano de mi pareja en el mundo competitivo. (Nota: si no eres jugador hardcore, tal vez no entiendas los términos que explico a continuación, pero tranquilo, no son nada relevantes) Yo le enseñé lo que eran los IVs y la crianza y él me enseñó a entrenar los EVs y a aprenderme las efectividades y estrategias (y hasta aquí los términos complicados. Breve, ¿no? Ya haré una entrada explicando lo que son para el que le interesen). Con esta generación aprendí muchísimo de pokémon a nivel de metagame, de conocer las características de cada pokémon, sus tipos y habilidades. Y disfruté de una historia que, aunque no explotada todo lo que podía y quedándose algo incomprensible, tenía lecciones y un trasfondo bonito, con un pokémon tan hermoso que, por primera vez en mi vida, hice trampas para tener en mi juego: floette flor eterna.
Sin embargo, con esta generación también sufrí mucho. Descubrí la parte fea de pokémon. Me vi de lleno metido en el mundo hostil del metagame competitivo, un lugar donde no puedes querer a tus pokémon por cómo son, si no que debes descartar uno tras uno a todas las criaturas hasta dar con la perfecta, a la que has de entrenar y explotar entrenamiento tras entrenamiento para que sea perfecto porque, si no, no vale para derrotar al rival, un mundo donde no todos los pokémon valen, si no que no tienes nada que hacer si no usas los seis más poderosos del juego no tienes nada que hacer. Y con este mundo hostil conocí a dos de mis pokémon más queridos y que a la vez más dolor me han traído: Russel (mi Absol shiny), y Chain (mi chandelure shiny).
Russel fue mi primer shiny de Kalos. Después de que mi novio me dijese rudamente que mi querida Absol, con la que me había pasado el juego, no valía para nada porque no era "competitiva", en un arrebato de odio y dolor, me puse como loca a criar con ella. Y de un pequeño huevo nació Russel, un pequeño pero matón Absol rojo escarlata que, aunque no tenía una naturaleza innata favorable, ni estadísticas de diez hizo caer a Darkrais, Yveltal y otros grandes en el online.
La historia de Chain es más triste si cabe. Y para entenderla tengo que hablaros de mí. Desde que comencé con mi pareja una de las principales cosas que siempre he amado hacer con él es jugar a pokémon. Jugar juntos en combates múltiples era algo genial, pudiendo hacer estrategias conjuntas y derrotarlos a todos... pero siempre he ido un paso por detrás de él. Ya sea para entrenar, criar o combatir, él siempre lo hace todo mil veces mejor. Y lo entiendo, porque es un fanático, pero eso no quita que a menudo me sienta mal porque me siento inferior. Sí, es un poco tonto, pero a veces pone tantas expectativas en mí que me molesta no dar la talla. Y por eso siempre intento hacer cosas para destacar aunque sea un poco haciendo algo que lo sorprenda. Y suele salir mal.
En uno de mis intentos por conseguir algo increíble para él, me emocioné en la búsqueda de uno de sus shinys favoritos: chandelure. Me pase meses yendo y viniendo haciendo cadenas de búsqueda y criando sin conseguir resultados hasta que, un día, en el safari, apareció: un pequeño lampent morado que, con todo el cuidado del mundo, atrapé en una honorball. Y, obviamente fui corriendo emocionada a enseñarle mi captura a mi pareja y a sorprenderle diciendo que era para él cuando... ¡Crack! Todas mis ilusiones y esperanzas se rompieron con un simple "es que si no tiene IVs y movimientos huevo no me sirve para combatir". Lloré mares. Meses de esfuerzos para nada. Cuando me recompuse, el dolor dejó paso al enfado, y me puse a entrenar como loca a ese pequeño para enseñarle al mundo entero de lo que era capaz. Mejoré sus estadísticas, le enseñé los mejores ataques y le entregué una piedra fuego para que se volviese el poderoso Chandelure que es hoy en día. Y sí, igual que Russel, Chain hizo caer a grandes aún con sus "malas estadísticas".
A través de Pokémon X/Y y ROZA descubrí que el mundo competitivo solo me traía malas experiencias, enfados y dolor injustificado, y aunque disfruto muchísimo echando combates contra otras personas, decidí que no quería pertenecer a un sitio en el que no puedo disfrutar de los pokémon que me gustan porque he de ceñirme a lo que es "competitivo", donde los pokémon no son una fuente de entretenimiento, si no simples cifras y estadísticas que uno ha de saberse de cabeza para demostrar su superioridad. Y, me alegra saber que, gracias a mis berrinches, enfados y depresiones, hice que mi pareja tan obcecada en "ser el mejor" online se replantease algunas de sus actuaciones y empezase a valorar un poco más a los pokémon en vez de ver lo puramente competitivo.
Y con esto llegamos a Alola, la séptima generación. Y ahora que estoy a punto de acabarlo me lamenta pensar que de esta generación todavía no he sacado nada interesante (salvo un crush muy fuerte por los entrenadores guays). Ojalá pueda rellenar algún día este espacio en blanco con anécdotas divertidas o tristes, pero por el momento Pokémon Sol/Luna me deja con un vacío emocional, sin ningún aspecto salientable ni ninguna lección de vida. Pero quién sabe, tal vez algún día mi Togedemaru haga algo espectacular, Mimikyu me haga llorar o mi Hanzo (mi Decidueye) y yo lleguemos a lo más alto. Hasta entonces, contadme en comentarios vuestras anécdotas más alegres o tristes que tengáis de esta saga. Un abrazo y hasta la próxima.
No hay comentarios:
Publicar un comentario